13.9.08

Ana Pelegrín

Ana Pelegrín


Ayer la noche me regaló una tristeza larga. Ana Pelegrín ha muerto en España. Argentina de nacimiento, española de elección, hispanoamericana por convicción, Ana fue una de las personas más importantes en la investigación, recopilación, defensa y divulgación del patrimonio oral de la literatura para niños y jóvenes. Sus artículos, antologías, conferencias, libros y clases contagiaban la pasión por la palabra dicha.

De su libro "La aventura de oír", tomamos esta cita:
"La palabra y su poder de convocar imágenes primordiales, construir ámbitos imaginativos, afectivos y literarios, resuena de manera esencial en el niño pequeño; de ahí su revalorización. (...) renuevo una llamada para la recuperación de viejos cuentos de siempre.(...) La palabra-voz, su huella sonora, traza la resonancia profunda en la literatura oral. (...) he querido transmitir una experiencia vivida, humana y profesional. Y mi fascinación por la palabra. Este libro me pertenece como me pertenece la memoria, el aire y el derecho al asombro. Y aquí queda, para los que lean o vean estas páginas y se embarquen en una aventura paralela." Y también compartimos este cuento:

Blancaflor y la Reina Mora

Érase que se era un joven gastador que no le gustaba trabajar ni un poquitín. Un día se le presentó un misterioso caballero y le dijo:

-Si me pr
ometes que al cabo de veinte años vas a buscarme, tendrás todo cuanto quieras; cada vez que metas las manos en el bolsillo las sacarás llenas de oro.
-¿Por dónde iré a buscarle? -dijo el mozo.
-Pregunta por el Castillo de Oro, allí te espero.


Hicieron el contrato y el misterioso caballero desapareció.
El joven vivía feliz, lleno de riquezas, pues nada más meter las manos en el bolsillo las sacaba con monedas de oro. Pasó un día y otro día, un año y otro año, hasta veinte pasaron, el plazo se cumplió y el mozo echó a andar, pregunta que te preguntarás por el Castillo de Oro. Llegó a un monte, lleno de pájaros de todos colores y volvió a preguntar. Los pájaros tampoco lo sabían, pero le dijeron que vendría el Ave tamaña, que tal vez pudiera ayudarle, aunque mejor se escondiese porque nunca se sabe el humor de un Ave. A la noche llegó el Ave tamaña; entonces un gorrioncillo decidido va y le dice:

-Señora, hay un mozo que pregunta por el Castillo de Oro, y sólo tú puedes ayudarle.

-¿Dónde está el mozo? -graznó el Ave tamaña.

-Aquí, señora Ave.

-¡Desdichado de ti..., desdichado de ti...! -dijo el Ave-. Aquel caballero que te llenó de oro es un mágico poderoso, muy malo. Cuando te vea te mandará tres trabajos imposibles; si no los haces te matará. Pero si no vas, te buscará y te matará. Ven, te llevaré; pero debes comprar dos fanegas de trigo, un pellejo de vino y una vaca, porque tendré hambre por el camino.


Pues el Ave tamaña se lo llevó volando y volando, comiendo y comiendo por prados y montañas, y, al bajar a un río, se despidió:

-Mira, allí tienes el Castillo de Oro. Allí vive el mágico con su mujer y sus tres hijas. La menor sabe mucho y es muy guapa. Aquí vendrá a bañarse, esconde sus vestidos. Ella cantará:
«¿Quién mi vestido blanco me guardó? Que me lo entregue. De todos cuantos peligros se vea con mi padre, he de librarle yo.» A la tercera vez que oigas esto, sales y le entregas sus vestidos y ya te dirá ella lo que tienes que hacer.

Volando por el cielo, el Ave se fue.
Todo sucedió como el Ave le había dicho. A la tercera vez que cantó la niña: «¿Quién mi vestido blanco me guardó? Que me lo entregue. De todos cuantos peligros se vea con mi padre, he de librarle yo.» Salió el mozo, dándole su vestido blanco. Ella le miró:

-¿Qué te trae por aquí?

-Hice un trato con tu padre -contestó el joven.

-¡Ay, pobre de ti! -dice ella-. Escucha, si haces todo lo que yo diga te salvaré; si no, somos perdidos los dos, pues te mata a ti y me mata a mí.

Siguió el camino hasta el Castillo, y ya que se presenta ante el mágico, éste le dice, mirándolo fijamente:


-Mañana tienes que traerme un anillo que perdí hace cien años en el fondo del mar.




El mozo se fue a orillas del mar; allí estaba, con su vestido blanco, la niña Blancaflor.

-Pues eso no es lo peor -dice ella-, eso no es lo peor. Vete a la plaza, compra la olla más grande que veas, trae un cuchillo afilado, me matas y me pones dentro de la olla, bien tapada.
-Yo no..., yo no te mato -dice él asustadísimo.

-Calla -dice Blancaflor-, que si no lo haces te pierdes tú y yo. Haz lo que digo. Luego echas la olla a andar por el mar. Cuida de no derramar ni una gota de mi sangre, ni quedar dormido, ni penar, que yo volveré con el anillo.

El mozo, temblando, hizo lo que Blancaflor aconsejara, pero perdió una gota de sangre en la arena. Espera que te espera, sin pasar pena, ni quedar dormido, vio llegar por el mar a la olla meciéndose en la espuma. Saltó Blancaflor, aún más hermosa que antes.

-Toma el anillo, llévaselo a mi padre y le dices: «Sé más que tú y tu casta».

Al coger el anillo vio el mozo el dedo meñique sangrando; Blancaflor le explicó que era la gota de sangre que había caído, mas que no pasaba pena.


Llega al Castillo de Oro, entrega el anillo al mágico y éste le dice furioso:

-¿Tienes en mi casa quién te enseña, o acaso sabes tú más que yo?

-Sé más que tú y toda tu casta -contesta decidido el mozo-. Manda otra vez, amo, lo que has de mandar, que los trabajos cumplidos serán.

-Has de ir a aquella montaña, cavar, quemar, sembrar, esperar y segar, moler, amasar, y mañana hasta mi mesa traer el pan.


Bajó el mozo a buscar a Blancaflor para contarle el mandato del padre.


-Vete a la montaña -dijo ella-; allí aguarda. Si duermes, dormido quedes.

Así que hubo llegado el mozo a la montaña quedó dormido. Al despertar Blancaflor le entrega el pan blanco y cocido diciendo:


-Llévaselo a mi padre y le dices que sabes más tú que toda su casta.


Cuando el mozo entregó el pan al mágico, éste, enfurecido, le grita:


-¿Tienes en mi casa quién te enseñe o acaso sabes tú más que yo?
-Sé más que tú y toda tu casta -responde fuerte el mozo-.
Manda por última vez, amo, lo que has de mandar, que los tres trabajos cumplidos serán.
-Tendrás que domar un potro morado que hay en la cuadra mora.


Salió el mozo, encuentra a Blancaflor y le cuenta el otro trabajo mandato.


-Malo, malo, trabajo malo. El potro es mi padre, la silla es mi madre y han de querer matarte los dos.


Y dice:

-Vete al monte, busca varas de avellano cortas, montas el potro y le das con la vara, pues, según salgas montado, tratará de tirarte en el barranco para matarte, pero tú ¡zas, zas!, con las varas todas, hasta que quede bien domado.

Dicho y hecho, según lo saca de la cuadra y monta, ¡buf!, ¡buf!, como cosa loca a tirarlo al barranco. El mozo empieza pim pam, pim pam, a la silla, pim pam para otro, hasta quebrar la última vara de avellano y quedar el caballo manso y quieto.

En cuanto el mozo se presentó al mágico, lo ve todo maltrecho y vendado.

-Ahí tiene el potro, mi amo, bien adomado.

-¡Tú en mi casa tienes quien te enseñe! ¿O acaso sabes tú más que yo?

-¡Sé más que tú y que toda tu casta! He cumplido con lo mandado, así que dame licencia para irme.


El mágico lo miró como un basilisco todo vendado y dice:


-Irte te irás, pero antes has de casar con una de mis hijas.


Llamaron a las hijas, las pusieron tapadas en tres sillas, sentadas iguales; sólo asomaban sus manos sobre las faldas. Entró el mozo, miró las niñas sentadas, dio una vuelta alrededor... Reconoció a la menor, por aquel meñique de la herida. Pues va diciendo mientras las señala:

-Pues bien, ésta queda, ésta sale, ésta quiero. Háganse las bodas.

Pero, en la noche, Blancaflor le secretea:


-Hemos de huir, ellos han dispuesto matarnos. Vete a la cuadra, hay dos caballos. Uno es el Pensamiento, otro el Viento. Coge el caballo más flaco, no cojas el gordo, que somos perdidos.

Cuando él sale, escupe Blancaflor tres salivillas en la puerta.
El mozo, aturdido, escogió el caballo más gordo, que era el Viento, dejando el más flaco, que era el Pensamiento.

-¡Ay, ay! ¡Por traer el Viento has dejado el Pensamiento! -gemía Blancaflor al ver llegar al mozo-. ¡Pobre de ti, pobre de mí, pobres de nosotros!; pero ahora hemos de irnos con el Viento, pues no hay tiempo que perder. -¡Blancaflor! -llamó su padre en la noche.
-¡Síííí! -contestó la salivilla primera, mientras Blancaflor y el mozo huían a caballo del Viento.

-¡Blancaflor! -repitió el padre en la noche.
-¡Síííí! -contestó l
a salivilla segunda, mientras Blancaflor y el mozo huían en el Viento.

Al amanecer llamó:

-¡Blancaflooor!

La salivilla última contestó débilmente:


-¡Síííí!

La mujer del mágico desconfió, fue al dormitorio, descubriendo la huida.
Montó el mágico en el caballo flaco del Pensamiento. Por ser más veloz que el Viento, pronto los alcanzó.

-¡Pobre de ti, pobre de mí!; ya viene mi padre detrás de nosotros. Me convertiré en ermita, tú en ermitaño y sólo dirás: «A misa, a misa, a misa».


Y soltándose la cinta del pelo se transformó en ermita, y el mozo en ermitaño.
Llegó el mágico preguntando:

-Ermitaño, ¿ha visto a un hombre y a una mujer pasar por aquí?

Y el mozo convertido en ermitaño responde:

-A misa, a misa, a misa.

Dio media vuelta el mágico, que no le convencía tanta misa, y su mujer le dice:

-Te ha engañado otra vez tu hija; ella era la ermita, el otro el ermitaño; ¡vuelve a la carrera a por ellos!

Ya los vio llegar Blancaflor.


-Ahí viene mi pa
dre, pero no vamos a ser perdidos. Me convertiré en huerto y tú en hortelano, y cuando te pregunte por un hombre y una mujer tú dices: a cuarto vendo las berzas, a cuarto. Y tirando el peinecillo convirtiose en huerta, y él en hortelano. Ya llega el mágico preguntando:

-Hortelano, ¿ha visto a un hombre y una mujer pasar por aquí?
-¡A cuarto!, a cuarto vendo las berzas, ¡a cuarto!





Dio la vuelta y su mujer:

-Te ha engañado otra vez tu hija, pero ahora iré yo y ya verás como no me engaña.


Cuando Blancaflor vio llegar a la madre se lamentó.


-¡Ay, pobre de ti, pobre de mí! ¡Ay, a ella sí que no la engaño!

Y se soltó su pelo y lo echó atrás y lo hizo un río de sangre, largo, largo, que ellos no pudieron pasar.
Ya lo supo la madre:

-¡Mira, mira tú, cómo era ésta la que lo salvaba! Yo no puedo pasar, pero ¡olvidados os veréis antes de ser casados!

Y habiendo echado la maldición se volvió.
Anda que te andarás llegaron cerca de la ciudad y, volviéndose el joven a Blancaflor, dice:

-Espérame aquí, que iré a buscar un coche para entrar en la ciudad.
-¡Ay, ay -dijo Blancaflor-, que me olvidarás!

-Olvidar no olvido.

-Me olvidarás, me olvidarás -repetía Blancaflor-.

Escucha, toma esta varita, con ella vas alejando a todos, no dejes que ninguna mujer sea joven ni vieja te abrace, pues, si no, me olvidarás.
Llega el joven, pide el coche, todos quieren abrazarle, y él, cuidándose con la varita de por medio, hasta que el ama le abraza por detrás.

-¡Ay, querido, tanto tiempo! ¡Ay, querido!

Y así olvidó el coche que había pedido, cuanto le había pasado. Blancaflor, esperando. Todo, todo se le pasaba de la memoria. Entonces Blancaflor lo supo al momento:


-¡Olvidada, ya estoy olvidada! -lloraba la niña.

Vienen días, pasan días, y el mozo decidió casarse con otra dama del lugar. En el banquete de boda se presentó Blancaflor diciendo que sabía contar historias y juegos de magia para entretener a los invitados.
Blancaflor contó la historia de cómo un mozo que no quiere trabajar recibió riqueza de un mágico, y cómo fue al Castillo de Oro, y cómo Blancaflor le ayudó a encontrar el anillo, a preparar el pan y a domar el potro infernal. El joven estaba cada vez más inquieto; pero no, no recordaba nada.

Ella prosiguió contando cómo el mozo eligió por esposa a Blancaflor, que le había salvado, y cómo huyeron en el Viento perseguidos por el mago montado en el Pensamiento, y la ermita, la huerta, el río de sangre y cómo Blancaflor quedó sola y olvidada.


El joven estaba cada vez más pálido, pero que muy pálido; entonces ella moja el dedo en su salivilla y se lo pone en la frente. Como un relámpago el joven, saltando, dice:

-¡Tú eres Blancaflor, tú eres mi esposa!

Así que se casaron, vivieron felices, y comieron perdices, y a mí no me dieron nada.

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