20.9.08

Contar, reír, cantar


Contando en Santa Fe

En La rana encantada, preparamos una hora de cuentacuentos para ejercitar los músculos de la cara, disfrutar con las palabras y ponernos "fitness" dando saltos de alegría.

Domingo 28 de septiembre
4:00 p.m.
Av. Ppal de Sta. Fe.
CC Sta. Fe. Nivel C1.
Caracas.

Domingo 26 de octubre
4:00 p.m.
CC Paseo El Hatillo.
Av. Ppal de La Lagunita.
Caracas.
Los esperamos.

¡Entrada gratuita!

16.9.08

La rana Zarevna o la Princesa Rana


Sello postal inspirado en el cuento (1975)




Un cuento clásico ruso que hacía mis delicias cuando veía su versión animada en aquellas comiquitas que pasaban en el canal 5 (VTV Canal 5) y que muchas veces me hicieron desear ir a estudiar animación en Rusia. Luego salía emocionada a leer la historia para recordarla todas las veces que quisiera... y después de un tiempo descubrí esta otra versión en una animación -también rusa- más corta.


"En un reino muy lejano reinaban un zar y una zarina que tenían tres hijos. Los tres eran solteros, jóvenes y tan valientes que su valor y audacia eran envidiados por todos los hombres del país. El menor se llamaba el zarevich Iván.

Un día les dijo el zar:

-Queridos hijos: Tomad cada uno una flecha, tended vuestros fuertes arcos y disparadla al acaso, y dondequiera que caiga, allí iréis a escoger novia para casaros.

Lanzó su flecha el hermano mayor y cayó en el patio de un boyardo, frente al torreón donde vivían las mujeres; disparó la suya el segundo hermano y fue a caer en el patio de un comerciante, clavándose en la puerta principal, donde a la sazón se hallaba la hija, que era una joven hermosa. Soltó la flecha el hermano menor y cayó en un pantano sucio al lado de una rana.

El atribulado zarevich Iván dijo entonces a su padre:

-¿Cómo podré, padre mío, casarme con una rana? No creo que sea ésa la pareja que me esté destinada.

-¡Cásate -le contestó el zar-, puesto que tal ha sido tu suerte!

Y al poco tiempo se casaron los tres hermanos: el mayor, con la hija del boyardo; el segundo, con la hija del comerciante, e Iván, con la rana.

Algún tiempo después el zar les ordenó:

-Que vuestras esposas me hagan, para la comida, un pan blanco y tierno.

Volvió a su palacio el zarevich Iván muy disgustado y pensativo.

-¡Kwa, kwa, Iván Zarevich! ¿Por qué estás tan triste? -le preguntó la Rana-. ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?

-¿Cómo quieres que no esté triste? Mi señor padre te ha mandado hacerle, para la comida, un pan blanco y tierno.

-¡No te apures, zarevich! Vete, acuéstate y duerme tranquilo. Por la mañana se es más sabio que por la noche -le dijo la Rana.

Acostose el zarevich y se durmió profundamente; entonces la Rana se quitó la piel y se transformó en una hermosa joven llamada la Sabia Basilisa, salió al patio y exclamó en alta voz:

-¡Nanas, nanitas! ¡Preparadme un pan blanco y tierno como el que comía en casa de mi querido padre!

Por la mañana, cuando despertó el zarevich Iván, la Rana tenía ya el pan hecho, y era tan blanco y delicioso que no podía imaginarse nada igual. Por los lados estaba adornado con dibujos que representaban las poblaciones del reino, con sus palacios y sus iglesias.

El zarevich Iván presentó el pan al zar; éste quedó muy satisfecho y le dio las gracias; pero en seguida ordenó a sus tres hijos:

-Que vuestras mujeres me tejan en una sola noche una alfombra cada una.

Volvió el zarevich Iván muy triste a su palacio, y se dejó caer con gran desaliento en un sillón.

-¡Kwa, kwa, zarevich Iván! ¿Por qué estás tan triste? -le preguntó la Rana-. ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?

-¿Cómo quieres que no esté triste cuando mi señor padre te ha ordenado que tejas en una sola noche una alfombra de seda?

-¡No te apures, zarevich! Acuéstate y duerme tranquilo. Por la mañana se es más sabio que por la noche.

Acostose el zarevich y se durmió profundamente; entonces la Rana se quitó su piel y se transformó en la Sabia Basilisa; salió al patio y exclamó:

-¡Viento impetuoso! ¡Tráeme aquí la misma alfombra sobre la cual solía sentarme en casa de mi querido padre!

Por la mañana, cuando despertó Iván, la Rana tenía ya la alfombra tejida, y era tan maravillosa que es imposible imaginar nada semejante. Estaba adornada con oro y plata y tenía dibujos admirables.

Al recibirla el zar se quedó asombrado y dio las gracias a Iván; pero no contento con esto ordenó a sus tres hijos que se presentasen con sus mujeres ante él.

Otra vez volvió triste a su palacio Iván Zarevich; se dejó caer en un sillón y apoyó en su mano su cabeza.

-¡Kwa, kwa, zarevich Iván! ¿Por qué estás triste? ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?

-¿Cómo quieres que no esté triste? Mi señor padre me ha ordenado que te lleve conmigo ante él. ¿Cómo podré presentarte a ti?

-No te apures, zarevich. Ve tú solo a visitar al zar, que yo iré más tarde; en cuanto oigas truenos y veas temblar la tierra, diles a todos: «Es mi Rana, que viene en su cajita».

Iván se fue solo a palacio. Llegaron sus hermanos mayores con sus mujeres engalanadas, y al ver a Iván solo empezaron a burlarse de él, diciéndole:

-¿Cómo es que has venido sin tu esposa?

-¿Por qué no la has traído envuelta en un pañuelo mojado?

-¿Cómo hiciste para encontrar una novia tan hermosa?

-¿Tuviste que rondar por muchos pantanos?

De repente retumbó un trueno formidable, que hizo temblar todo el palacio; los convidados se asustaron y saltaron de sus asientos sin saber qué hacer; pero Iván les dijo:

-No tengáis miedo: es mi Rana, que viene en su cajita.

Llegó al palacio un carruaje dorado tirado por seis caballos, y de él se apeó la Sabia Basilisa, tan hermosísima, que sería imposible imaginar una belleza semejante. Acercose al zarevich Iván, se cogió a su brazo y se dirigió con él hacia la mesa, que estaba dispuesta para la comida. Todos los demás convidados se sentaron también a la mesa; bebieron, comieron y se divirtieron mucho durante la comida.

Basilisa la Sabia bebió un poquito de su vaso y el resto se lo echó en la manga izquierda; comió un poquito de cisne y los huesos los escondió en la manga derecha. Las mujeres de los hermanos de Iván, que sorprendieron estos manejos, hicieron lo mismo.

Más tarde, cuando Basilisa la Sabia se puso a bailar con su marido, sacudió su mano izquierda y se formó un lago; sacudió la derecha y aparecieron nadando en el agua unos preciosísimos cisnes blancos; el zar y sus convidados quedaron asombrados al ver tal milagro. Cuando se pusieron a bailar las otras dos nueras del zar quisieron imitar a Basilisa: sacudieron la mano izquierda y salpicaron con agua a los convidados; sacudieron la derecha y con un hueso dieron al zar un golpe en un ojo. El zar se enfadó y las expulsó de palacio.

Entretanto, Iván Zarevich, escogiendo un momento propicio, se fue corriendo a casa, buscó la piel de la Rana y, encontrándola, la quemó. Al volver Basilisa la Sabia buscó la piel, y al comprobar su desaparición quedó anonadada, se entristeció y dijo al zarevich:

-¡Oh Iván Zarevich! ¿Qué has hecho, desgraciado? Si hubieses aguardado un poquitín más habría sido tuya para siempre; pero ahora, ¡adiós! Búscame a mil leguas de aquí; antes de encontrarme tendrás que gastar andando tres pares de botas de hierro y comerte tres panes de hierro. Si no, no me encontrarás.

Y diciendo esto se transformó en un cisne blanco y salió volando por la ventana.

Iván Zarevich rompió en un llanto desconsolador, rezó, se puso unas botas de hierro y se marchó en busca de su mujer. Anduvo largo tiempo y al fin encontró a un viejecito que le preguntó:

-¡Valeroso joven! ¿Adónde vas y qué buscas?

El zarevich le contó su desdicha.

-¡Oh Iván Zarevich! -exclamó el viejo-. ¿Por qué quemaste la piel de la Rana? ¡Si no eras tú quien se la había puesto, no eras tú quien tenía que quitársela! El padre de Basilisa, al ver que ésta desde su nacimiento le excedía en astucia y sabiduría, se enfadó con ella y la condenó a vivir transformada en rana durante tres años. Aquí tienes una pelota -continuó-; tómala, tírala y síguela sin temor por donde vaya.

Iván Zarevich dio las gracias al anciano, tomó la pelota, la tiró y se fue siguiéndola.

Transcurrió mucho tiempo y al fin se acercó la pelota a una cabaña que estaba colocada sobre tres patas de gallina y giraba sobre ellas sin cesar. Iván Zarevich dijo:

-¡Cabaña, cabañita! ¡Ponte con la espalda hacia el bosque y con la puerta hacia mí!

La cabaña obedeció; el zarevich entró en ella y se encontró a la bruja Baba-Yaga, con sus piernas huesosas y su nariz que le colgaba hasta el pecho, ocupada en afilar sus dientes. Al oír entrar a Iván Zarevich gruñó y salió enfadada a su encuentro:

-¡Fiú, fiú! ¡Hasta ahora aquí ni se vio ni se olió a ningún hombre, y he aquí uno que se ha atrevido a presentarse delante de mí y a molestarme con su olor! ¡Ea, Iván Zarevich! ¿Por qué has venido?

-¡Oh tú, vieja bruja! En vez de gruñirme, harías mejor en darme de comer y de beber y ofrecerme un baño, y ya después de esto preguntarme por mis asuntos.

Baba-Yaga le dio de comer y de beber y le preparó el baño. Después de haberse bañado, el zarevich le contó que iba en busca de su mujer, Basilisa la Sabia.

-¡Oh cuánto has tardado en venir! Los primeros años se acordaba mucho de ti, pero ahora ya no te nombra nunca. Ve a casa de mi segunda hermana, pues ella está más enterada que yo de tu mujer.

Iván Zarevich se puso de nuevo en camino detrás de la pelota; anduvo, anduvo hasta que encontró ante sí otra cabaña, también sobre patas de gallina.

-¡Cabaña, cabañita! ¡Ponte como estabas antes, con la espalda hacia el bosque y con la puerta hacia mí! -dijo el zarevich.

La cabaña obedeció y se puso con la espalda hacia el bosque y con la puerta hacia Iván, quien penetró en ella y encontró a otra hermana Baba-Yaga sentada sobre sus piernas huesosas, la cual al verle exclamó:

-¡Fiú, fiú! ¡Hasta ahora por aquí nunca se vio ni se olió a ningún hombre, y he aquí uno que se ha atrevido a presentarse delante de mí y a molestarme con su olor! Qué, Iván Zarevich, ¿has venido a verme por tu voluntad o contra ella?

Iván Zarevich le contestó que más bien venía contra su voluntad.

-Voy -dijo- en busca de mi esposa, Basilisa la Sabia.

-¡Qué pena me das, Iván Zarevich! -le dijo entonces Baba-Yaga-. ¿Por qué has tardado tanto en venir? Basilisa la Sabia te ha olvidado por completo y quiere casarse con otro. Ahora vive en casa de mi hermana mayor, donde tienes que ir muy de prisa si quieres llegar a tiempo. Acuérdate del consejo que te doy: Cuando entres en la cabaña de Baba-Yaga, Basilisa la Sabia se transformará en un huso y mi hermana empezará a hilar unos finísimos hilos de oro que devanará sobre el huso; procura aprovechar algún momento propicio para robar el huso y luego rómpelo por la mitad, tira la punta detrás de ti y la otra mitad échala hacia delante, y entonces Basilisa la Sabia aparecerá ante tus ojos.

Iván Zarevich dio a Baba-Yaga las gracias por tan preciosos consejos y se dirigió otra vez tras la pelota.

No se sabe cuánto tiempo anduvo ni por qué tierras, pero rompió tres pares de botas de hierro en su largo camino y se comió tres panes de hierro.

Al fin llegó a una tercera cabaña, puesta, como las anteriores, sobre tres patas de gallina.

-¡Cabaña, cabañita! ¡Ponte con la espalda hacia el bosque y con la puerta hacia mí!

La cabaña le obedeció y el zarevich penetró en ella y encontró a la Baba-Yaga mayor sentada en un banco hilando, con el huso en la mano, hilos de oro; cuando hubo devanado todo el huso, lo metió en un cofre y cerró con llave. Iván Zarevich, aprovechando un descuido de la bruja, le robó la llave, abrió el cofrecito, sacó el huso y lo rompió por la mitad; la punta aguda la echó tras de sí y la otra mitad hacia delante, y en el mismo momento apareció ante él su mujer, Basilisa la Sabia.

-¡Hola, maridito mío! ¡Cuánto tiempo has tardado en venir! ¡Estaba ya dispuesta a casarme con otro!

Se cogieron de las manos, se sentaron en una alfombra volante y volaron hacia el reino de Iván.

Al cuarto día de viaje descendió la alfombra en el patio del palacio del zar. Éste acogió a su hijo y nuera con gran júbilo, hizo celebrar grandes fiestas, y antes de morir legó todo su reino a su querido hijo el zarevich Iván."


...y colorín colorado, este cuento todo ha empezado...



14.9.08

Tengo un bicho en la tripa


¡Que asco de bichos! El cocodrilo enorme.
Roald Dahl / Quentin Blake.
Tradución de M. Puncel y M.A. Diéguez.
Alfaguara. 1993


La narración en verso que leímos como parte de la celebración del Día de Roald Dahl:

"Una tarde le pregunté a mamá:
- Esto que hay en mi tripa, ¿qué será?
Seguro que es pequeño y muy delgado,
¿por dónde crees tú que habrá entrado?

Mi madre se enfadó: - ¡Qué tonterías
se te ocurre decir algunos días!

- Te digo que es verdad, que sí, mamá,

que me lo noto adentro, mira acá.
Está dentro de mí, rugir lo siento,
me grita por las noches

que está hambriento

y luego, por el día, sin cesar

me dice que se quiere alimentar.

Que quiere pan y carne y queso y pollos

y pasteles con nata y fruta y bollos.

Y hasta me dice que no me pasa nada
por comerme toda la mermelada.
Yo sé, mamá, que es malo y que no es sano,

tragar todas la cosas que hay a mano,
pero tengo que hacerlo, él está aquí

y clama sin cesar dentro de mí.

Mi madre me gritó: - ¡Calla, embustero!

¡No cuentes más mentiras, majadero!
Ni inventes más excusas, gordinflón,
para disimular que eres glotón.
- ¡Mamá, que no es mentira lo que he dicho!

¡que dentro de la tripa tengo un bicho!
- Pues escúchame tú lo que yo digo,

¡a la cama ahora mismo, de castigo!
Y entonces, justo enonces, ¡tuve suerte!,

se oyó un regorgoteo claro y fuerte.

Algo que tengo dentro, aquí encerrado,

me salvó de acostarme castigado.

En mi estómago un bicho se agitaba,

algo se removía y protestaba.

- ¿Qué es esto que se oye? ¡Qué terrible!

- gritó por fin mamá.- ¡Será algo horrible!

- ¡Comida! -se escuchó-. ¡Que estoy que muerdo!

¡Puedo tragarme entero medio cerdo!

¡Quiero patatas fritas y chuletas
y una cuantas docenas de croquetas!
- ¿Has oído, mamá, lo que te ha dicho?
¡Te dije que tenía dentro un bicho!

Pero mamá ya no escuchaba nada;

se había caído al suelo, desmayada."

13.9.08

El día de Roald Dhal


Quentin Blake retrata a Roald Dahl


Cada año, el 13 de septiembre, a quienes amamos a este autor Galés nacido en 1916, nos complace celebrar en su honor el día de su nacimiento.

Roald Dahl tiene entre sus libros más conocidos "Charlie y la fábrica de chocolate", "James y el melocotón gigante", "Las brujas", "Matilda" y "Cuentos en Verso para niños perversos". Sus obras han encantado a varias generaciones de lectores y han sido llevadas al cine con mucho éxito; además de haber marcado una gran influencia en la literatura infantil y juvenil del siglo XX.

De sus libros, absolutamente maravillosos, han sido editados en español:
• Los gremlins (The gremlins, 1943)
• James y el melocotón gigante (James and the giant peach, 1961).
• Charlie y la fábrica de chocolate (Charlie and the chocolate factory, 1964).
• El dedo mágico (The magic finger, 1966)
• El Superzorro (Fantastic Mr. Fox, 1970).
• Charlie y el gran ascensor de cristal (Charlie and the great glass elevator, 1972).
• Danny el campeón del mundo (Danny the champion of the world, 1975).
• El cocodrilo enorme (The enormous crocodile, 1978)
• Los Cretinos (The Twits, 1981)
• La maravillosa medicina de Jorge (George's marvelous medicine, 1981)
• El gran gigante bonachón (The BFG, 1982).
• Las brujas (The witches, 1983).
• La jirafa, el pelícano y el mono (The giraffe and the pelly and me, 1985)
• Matilda (Matilda, 1988).
• Agu Trot (Esio Trot, 1989)
• Los Minpins (The Minpins, 1991)
• El vicario que hablaba al revés (The Vicar of Nibbleswicke, 1991)
• Cuentos en verso para niños perversos (Revolting rhymes, 1982)
• ¡Qué asco de bichos! (Dirty beasts, 1983)
• Puchero de rimas (Rhyme stew, 1989)
• Dos fábulas (Antología)
• El gran cambiazo (Antología)
• Génesis y catástrofe (Antología)
• Historias extraordinarias (Antología)
• La venganza es mía S.A. (Antología)
• Relatos de lo inesperado (Antología)
• Los mejores relatos de Roald Dahl (Antología)

Para celebrar su día, contamos en el Banco del Libro una versión oral de James y el durazno gigante y leímos Tengo un bicho en la tripa del libro ¡Qué asco de bichos!, para gozo de todos los que allí nos reunimos.

De Roal Dahl, su hija Tessa comentó en una entrevista en el diario El País (12.6.1988):

"Mi padre creía que todos los niños poseen una brasa. Pero alguien debe encender el fuego. Y una vez encendido tiene que atizarse con frecuencia, y es de importancia vital que se mantenga vivo y no se apague nunca. Todos los libros para niños de mi padre llevan un volcán rugiendo en sus entrañas. Arrojan cientos de ideas provocativas y excitantes fogonazos. Están llenos de ternura."

Los libros escritos por Roald Dahl juegan con la complicidad que despiertan en el niño. Están escritos de manera que nos permite como lectores trasgredir el mundo de normas que imponen los adultos. Sus historias y personajes reflejan fielmente su idea de la infancia, con la cual acertadamente se ganó el corazón de miles de seguidores en todo el mundo, y que reveló en una entrevista concedida en 1989 para la revista CLIJ (N° 2), un año antes de su muerte:

"Considero que los niños son seres semi-civilizados. Al nacer se están por civilizar, cuando llegan a los 12 o 15 años ya se les han enseñado modales: a no comer con los dedos, a ser limpios, a vestirse adecuadamente. Un montón de cosas que en realidad no quieren hacer, que no les gustan. Subconscientemente, los niños odian ser civilizados. Y la gente que les obliga a hacer esas cosas que no les gustan son los padres. Sobre todo la madre. Más adelante son los padres y los maestros. A los niños no les gustan estos adultos y yo uso esto en muchos de mis libros. Se trata de dejar en ridículo a los adultos ¿sabe usted? Es algo inofensivo pero a los niños les encanta."

Con esta manera de pensar Dahl logró que sus lectores, entre los cuales me incluyo, atesoráramos sus historias para toda la vida y que, de vez en cuando, regresemos a ellas con el mismo asombro de la primera vez y el deleite de las muchas más.

Para conocer más, un pequeño abrebocas:
http://www.roalddahl.com (en inglés)
http://usuarios.lycos.es/roalddahl (Página no oficial en español)

Ana Pelegrín

Ana Pelegrín


Ayer la noche me regaló una tristeza larga. Ana Pelegrín ha muerto en España. Argentina de nacimiento, española de elección, hispanoamericana por convicción, Ana fue una de las personas más importantes en la investigación, recopilación, defensa y divulgación del patrimonio oral de la literatura para niños y jóvenes. Sus artículos, antologías, conferencias, libros y clases contagiaban la pasión por la palabra dicha.

De su libro "La aventura de oír", tomamos esta cita:
"La palabra y su poder de convocar imágenes primordiales, construir ámbitos imaginativos, afectivos y literarios, resuena de manera esencial en el niño pequeño; de ahí su revalorización. (...) renuevo una llamada para la recuperación de viejos cuentos de siempre.(...) La palabra-voz, su huella sonora, traza la resonancia profunda en la literatura oral. (...) he querido transmitir una experiencia vivida, humana y profesional. Y mi fascinación por la palabra. Este libro me pertenece como me pertenece la memoria, el aire y el derecho al asombro. Y aquí queda, para los que lean o vean estas páginas y se embarquen en una aventura paralela." Y también compartimos este cuento:

Blancaflor y la Reina Mora

Érase que se era un joven gastador que no le gustaba trabajar ni un poquitín. Un día se le presentó un misterioso caballero y le dijo:

-Si me pr
ometes que al cabo de veinte años vas a buscarme, tendrás todo cuanto quieras; cada vez que metas las manos en el bolsillo las sacarás llenas de oro.
-¿Por dónde iré a buscarle? -dijo el mozo.
-Pregunta por el Castillo de Oro, allí te espero.


Hicieron el contrato y el misterioso caballero desapareció.
El joven vivía feliz, lleno de riquezas, pues nada más meter las manos en el bolsillo las sacaba con monedas de oro. Pasó un día y otro día, un año y otro año, hasta veinte pasaron, el plazo se cumplió y el mozo echó a andar, pregunta que te preguntarás por el Castillo de Oro. Llegó a un monte, lleno de pájaros de todos colores y volvió a preguntar. Los pájaros tampoco lo sabían, pero le dijeron que vendría el Ave tamaña, que tal vez pudiera ayudarle, aunque mejor se escondiese porque nunca se sabe el humor de un Ave. A la noche llegó el Ave tamaña; entonces un gorrioncillo decidido va y le dice:

-Señora, hay un mozo que pregunta por el Castillo de Oro, y sólo tú puedes ayudarle.

-¿Dónde está el mozo? -graznó el Ave tamaña.

-Aquí, señora Ave.

-¡Desdichado de ti..., desdichado de ti...! -dijo el Ave-. Aquel caballero que te llenó de oro es un mágico poderoso, muy malo. Cuando te vea te mandará tres trabajos imposibles; si no los haces te matará. Pero si no vas, te buscará y te matará. Ven, te llevaré; pero debes comprar dos fanegas de trigo, un pellejo de vino y una vaca, porque tendré hambre por el camino.


Pues el Ave tamaña se lo llevó volando y volando, comiendo y comiendo por prados y montañas, y, al bajar a un río, se despidió:

-Mira, allí tienes el Castillo de Oro. Allí vive el mágico con su mujer y sus tres hijas. La menor sabe mucho y es muy guapa. Aquí vendrá a bañarse, esconde sus vestidos. Ella cantará:
«¿Quién mi vestido blanco me guardó? Que me lo entregue. De todos cuantos peligros se vea con mi padre, he de librarle yo.» A la tercera vez que oigas esto, sales y le entregas sus vestidos y ya te dirá ella lo que tienes que hacer.

Volando por el cielo, el Ave se fue.
Todo sucedió como el Ave le había dicho. A la tercera vez que cantó la niña: «¿Quién mi vestido blanco me guardó? Que me lo entregue. De todos cuantos peligros se vea con mi padre, he de librarle yo.» Salió el mozo, dándole su vestido blanco. Ella le miró:

-¿Qué te trae por aquí?

-Hice un trato con tu padre -contestó el joven.

-¡Ay, pobre de ti! -dice ella-. Escucha, si haces todo lo que yo diga te salvaré; si no, somos perdidos los dos, pues te mata a ti y me mata a mí.

Siguió el camino hasta el Castillo, y ya que se presenta ante el mágico, éste le dice, mirándolo fijamente:


-Mañana tienes que traerme un anillo que perdí hace cien años en el fondo del mar.




El mozo se fue a orillas del mar; allí estaba, con su vestido blanco, la niña Blancaflor.

-Pues eso no es lo peor -dice ella-, eso no es lo peor. Vete a la plaza, compra la olla más grande que veas, trae un cuchillo afilado, me matas y me pones dentro de la olla, bien tapada.
-Yo no..., yo no te mato -dice él asustadísimo.

-Calla -dice Blancaflor-, que si no lo haces te pierdes tú y yo. Haz lo que digo. Luego echas la olla a andar por el mar. Cuida de no derramar ni una gota de mi sangre, ni quedar dormido, ni penar, que yo volveré con el anillo.

El mozo, temblando, hizo lo que Blancaflor aconsejara, pero perdió una gota de sangre en la arena. Espera que te espera, sin pasar pena, ni quedar dormido, vio llegar por el mar a la olla meciéndose en la espuma. Saltó Blancaflor, aún más hermosa que antes.

-Toma el anillo, llévaselo a mi padre y le dices: «Sé más que tú y tu casta».

Al coger el anillo vio el mozo el dedo meñique sangrando; Blancaflor le explicó que era la gota de sangre que había caído, mas que no pasaba pena.


Llega al Castillo de Oro, entrega el anillo al mágico y éste le dice furioso:

-¿Tienes en mi casa quién te enseña, o acaso sabes tú más que yo?

-Sé más que tú y toda tu casta -contesta decidido el mozo-. Manda otra vez, amo, lo que has de mandar, que los trabajos cumplidos serán.

-Has de ir a aquella montaña, cavar, quemar, sembrar, esperar y segar, moler, amasar, y mañana hasta mi mesa traer el pan.


Bajó el mozo a buscar a Blancaflor para contarle el mandato del padre.


-Vete a la montaña -dijo ella-; allí aguarda. Si duermes, dormido quedes.

Así que hubo llegado el mozo a la montaña quedó dormido. Al despertar Blancaflor le entrega el pan blanco y cocido diciendo:


-Llévaselo a mi padre y le dices que sabes más tú que toda su casta.


Cuando el mozo entregó el pan al mágico, éste, enfurecido, le grita:


-¿Tienes en mi casa quién te enseñe o acaso sabes tú más que yo?
-Sé más que tú y toda tu casta -responde fuerte el mozo-.
Manda por última vez, amo, lo que has de mandar, que los tres trabajos cumplidos serán.
-Tendrás que domar un potro morado que hay en la cuadra mora.


Salió el mozo, encuentra a Blancaflor y le cuenta el otro trabajo mandato.


-Malo, malo, trabajo malo. El potro es mi padre, la silla es mi madre y han de querer matarte los dos.


Y dice:

-Vete al monte, busca varas de avellano cortas, montas el potro y le das con la vara, pues, según salgas montado, tratará de tirarte en el barranco para matarte, pero tú ¡zas, zas!, con las varas todas, hasta que quede bien domado.

Dicho y hecho, según lo saca de la cuadra y monta, ¡buf!, ¡buf!, como cosa loca a tirarlo al barranco. El mozo empieza pim pam, pim pam, a la silla, pim pam para otro, hasta quebrar la última vara de avellano y quedar el caballo manso y quieto.

En cuanto el mozo se presentó al mágico, lo ve todo maltrecho y vendado.

-Ahí tiene el potro, mi amo, bien adomado.

-¡Tú en mi casa tienes quien te enseñe! ¿O acaso sabes tú más que yo?

-¡Sé más que tú y que toda tu casta! He cumplido con lo mandado, así que dame licencia para irme.


El mágico lo miró como un basilisco todo vendado y dice:


-Irte te irás, pero antes has de casar con una de mis hijas.


Llamaron a las hijas, las pusieron tapadas en tres sillas, sentadas iguales; sólo asomaban sus manos sobre las faldas. Entró el mozo, miró las niñas sentadas, dio una vuelta alrededor... Reconoció a la menor, por aquel meñique de la herida. Pues va diciendo mientras las señala:

-Pues bien, ésta queda, ésta sale, ésta quiero. Háganse las bodas.

Pero, en la noche, Blancaflor le secretea:


-Hemos de huir, ellos han dispuesto matarnos. Vete a la cuadra, hay dos caballos. Uno es el Pensamiento, otro el Viento. Coge el caballo más flaco, no cojas el gordo, que somos perdidos.

Cuando él sale, escupe Blancaflor tres salivillas en la puerta.
El mozo, aturdido, escogió el caballo más gordo, que era el Viento, dejando el más flaco, que era el Pensamiento.

-¡Ay, ay! ¡Por traer el Viento has dejado el Pensamiento! -gemía Blancaflor al ver llegar al mozo-. ¡Pobre de ti, pobre de mí, pobres de nosotros!; pero ahora hemos de irnos con el Viento, pues no hay tiempo que perder. -¡Blancaflor! -llamó su padre en la noche.
-¡Síííí! -contestó la salivilla primera, mientras Blancaflor y el mozo huían a caballo del Viento.

-¡Blancaflor! -repitió el padre en la noche.
-¡Síííí! -contestó l
a salivilla segunda, mientras Blancaflor y el mozo huían en el Viento.

Al amanecer llamó:

-¡Blancaflooor!

La salivilla última contestó débilmente:


-¡Síííí!

La mujer del mágico desconfió, fue al dormitorio, descubriendo la huida.
Montó el mágico en el caballo flaco del Pensamiento. Por ser más veloz que el Viento, pronto los alcanzó.

-¡Pobre de ti, pobre de mí!; ya viene mi padre detrás de nosotros. Me convertiré en ermita, tú en ermitaño y sólo dirás: «A misa, a misa, a misa».


Y soltándose la cinta del pelo se transformó en ermita, y el mozo en ermitaño.
Llegó el mágico preguntando:

-Ermitaño, ¿ha visto a un hombre y a una mujer pasar por aquí?

Y el mozo convertido en ermitaño responde:

-A misa, a misa, a misa.

Dio media vuelta el mágico, que no le convencía tanta misa, y su mujer le dice:

-Te ha engañado otra vez tu hija; ella era la ermita, el otro el ermitaño; ¡vuelve a la carrera a por ellos!

Ya los vio llegar Blancaflor.


-Ahí viene mi pa
dre, pero no vamos a ser perdidos. Me convertiré en huerto y tú en hortelano, y cuando te pregunte por un hombre y una mujer tú dices: a cuarto vendo las berzas, a cuarto. Y tirando el peinecillo convirtiose en huerta, y él en hortelano. Ya llega el mágico preguntando:

-Hortelano, ¿ha visto a un hombre y una mujer pasar por aquí?
-¡A cuarto!, a cuarto vendo las berzas, ¡a cuarto!





Dio la vuelta y su mujer:

-Te ha engañado otra vez tu hija, pero ahora iré yo y ya verás como no me engaña.


Cuando Blancaflor vio llegar a la madre se lamentó.


-¡Ay, pobre de ti, pobre de mí! ¡Ay, a ella sí que no la engaño!

Y se soltó su pelo y lo echó atrás y lo hizo un río de sangre, largo, largo, que ellos no pudieron pasar.
Ya lo supo la madre:

-¡Mira, mira tú, cómo era ésta la que lo salvaba! Yo no puedo pasar, pero ¡olvidados os veréis antes de ser casados!

Y habiendo echado la maldición se volvió.
Anda que te andarás llegaron cerca de la ciudad y, volviéndose el joven a Blancaflor, dice:

-Espérame aquí, que iré a buscar un coche para entrar en la ciudad.
-¡Ay, ay -dijo Blancaflor-, que me olvidarás!

-Olvidar no olvido.

-Me olvidarás, me olvidarás -repetía Blancaflor-.

Escucha, toma esta varita, con ella vas alejando a todos, no dejes que ninguna mujer sea joven ni vieja te abrace, pues, si no, me olvidarás.
Llega el joven, pide el coche, todos quieren abrazarle, y él, cuidándose con la varita de por medio, hasta que el ama le abraza por detrás.

-¡Ay, querido, tanto tiempo! ¡Ay, querido!

Y así olvidó el coche que había pedido, cuanto le había pasado. Blancaflor, esperando. Todo, todo se le pasaba de la memoria. Entonces Blancaflor lo supo al momento:


-¡Olvidada, ya estoy olvidada! -lloraba la niña.

Vienen días, pasan días, y el mozo decidió casarse con otra dama del lugar. En el banquete de boda se presentó Blancaflor diciendo que sabía contar historias y juegos de magia para entretener a los invitados.
Blancaflor contó la historia de cómo un mozo que no quiere trabajar recibió riqueza de un mágico, y cómo fue al Castillo de Oro, y cómo Blancaflor le ayudó a encontrar el anillo, a preparar el pan y a domar el potro infernal. El joven estaba cada vez más inquieto; pero no, no recordaba nada.

Ella prosiguió contando cómo el mozo eligió por esposa a Blancaflor, que le había salvado, y cómo huyeron en el Viento perseguidos por el mago montado en el Pensamiento, y la ermita, la huerta, el río de sangre y cómo Blancaflor quedó sola y olvidada.


El joven estaba cada vez más pálido, pero que muy pálido; entonces ella moja el dedo en su salivilla y se lo pone en la frente. Como un relámpago el joven, saltando, dice:

-¡Tú eres Blancaflor, tú eres mi esposa!

Así que se casaron, vivieron felices, y comieron perdices, y a mí no me dieron nada.

12.9.08

Lecturas venezolanas, un antiguo acompañante


Portada de la edición de 1953

Siempre que se reinician las clases en Venezuela, vuelvo a uno de mis libros entrañables. Tendría aproximadamente 8 años cuando, aburrida de los cuentos propios para mi edad que había terminado en los escasos primeros días de vacaciones en Barquisimeto y ávida de leer más allá, descubrí en la biblioteca de mi abuela un ejemplar olvidado de Lecturas Venezolanas, de Mario Briceño Iragorry. El libro me acompañó las siguientes semanas y tanto me aficionó su lectura, que pedí me lo regalaran. Aún hoy, amarillento y desprendido, lo conservo como un tesoro. En una asignación académica me pidieron analizar un libro del siglo pasado, que tuviera un valor especial para mí, y éste fue el elegido. El análisis iba más hacia los aspectos formales del libro, que a continuación resumo.

Lecturas Venezolanas es un libro de edición rústica, papel grueso mate, cosido, apaisado, de apenas 20 x 15 cms y 417 páginas sin ilustraciones para los textos. Las imágenes que ofrece sirven de viñetas para la presentación de cada capítulo, en los cuales, por tema, se tratan diferentes aspectos de la formación ciudadana como la patria, la naturaleza, el hogar o la religión. Las imágenes están completamente separadas del texto, aportando más bien una atmósfera genérica para lo que se encontrará en cada capítulo en el que está dividida la propuesta de la obra. Las guardas del libro son estrictamente funcionales, sólo tienen impreso el título del libro, seguidas de los créditos de impresión y encuadernación, correspondientes a Impresos Alonso, Fray Luis de León, Madrid, 1953.

La dedicatoria del libro nos adelanta lo que su prólogo confirma, es un libro que desea formar y entretener. Está dedicado a los maestros de primaria de la escuela donde estudió el autor. Sigue entonces una nota editorial con las obras publicadas de Mario Briceño Iragorry y continúa con la portadilla, más elaborada en su diagramación. El título en mayúsculas, ocupa el encabezado de la página, seguida por una nota explicativa "colección de páginas literarias, de escritores nacionales, antiguos y modernos". A continuación en el prólogo, que no es uno, sino que el libro contiene los prólogos de las ediciones anteriores, podemos observar que la primera edición data de 1926 y la que tengo en mis manos de 1953. En el leemos:



“(...) procurar que en nuestras escuelas se tengan a mano trozos de literarios de nuestros escritores, para que el niño se familiarice con ellos. (…) En la selección hemos procurado también que las páginas tengan la sencillez de la lectura propia para el fin principal al que se dirige, y así nos hemos visto precisados a escoger páginas juveniles de nuestros grandes maestros.”


“(…) honrada por la recomendación oficial como texto para las ramas primaria, secundaria y normalista de la educación general.”


El tono de los textos seleccionados sigue fiel a su función narrativa original, sin adaptaciones edulcoradas destinadas a un público menor. Estos textos, de autores venezolanos, son acompañados por una breve nota biográfica de cada uno de ellos, resaltando sus logros más relevantes tanto literariamente como en su rol de ciudadanos. No existe referencia a la autoría de las ilustraciones que acompañan el inicio de cada capítulo,la casa editorial es Ediciones EDIME, Madrid – Caracas. El libro era usado como libro de lectura escolar entre la décadas del ’26 y ’50 del siglo XX.

En él encontramos textos de Pedro Emilio Coll, Tulio Febres Cordero, Pérez Bonalde, Teresa de la Parra, Andrés Eloy Blanco y Andrés Bello, entre otros. Aunque la totalidad de su contenido no se ajustaría a las recomendaciones actuales para niños en etapa de primaria, para mí guarda una especial significación que hace de Lecturas venezolanas un libro entrañable. Era el libro de lectura de mi mamá, que luego usaron mis tías; que, libremente, escogí leer en mis vacaciones de lectora en marcha y que formó en parte mi percepción estética de la literatura. Muchas veces me descubro declamando en mis pensamientos La Oración por todos o reencontrándome con Caribay, en pos de Las cinco águilas blancas.

Referencia bibliográfica:
Mario Briceño Iragorry. Lecturas Venezolanas. Ediciones Edime. Madrid – Caracas. 1953.

11.9.08

Latinoamericanos nominados al Premio Astrid Lindgren


Una Ilustración de ISOL

La cifra de nominaciones provenientes de Asia y Latinoamérica para el Premio Astrid Lindgren de literatura infantil aumentó considerablemente este año entre los en total 153 postulantes. El galardón, dotado con cinco millones de coronas (unos 750.000 dólares), fue creado por el gobierno sueco en honor a la escritora Astrid Lindgren y es considerado el más importante de la literatura infantil. Lindgren creó el personaje de "Pippi L†ngstrump" ("Pippi Calzaslargas" o "Pippi Medias Largas") y muchos otros clásicos de la literatura infantil del siglo XX.

La última ganadora de esta distinción fue la australiana Sonya Hartnett. El próximo ganador se dará a conocer en marzo de 2009. De Brasil compiten Bartolomeu Campos de Queiros y Rui de Oliveira. Por Venezuela, se postula Mercedes Franco. Por México, Mauricio Gómez Morín y Gabriela Olmos. Argentina compite con ISOL (Marisol Misenta) y Graciela Montes. España está representada por Miguel Calatayud, Juan Farias Díaz-Noriega, Fernando Alonso Alonso, Andreu Martín, Agustín Fernández Paz, Francisco Javier Serrano Pérez y Ulises Wensell.


Tomado de: Cadena Global/DPA 9/8/2008 http://www.cadenaglobal.com/noticias/default.asp?Not=189656&Sec=1

9.9.08

Leer de todo


El perro de Madlenka
Peter Sís


MARIASUN LANDA ESCRITORA:
«A los niños hay que darles a leer de todo para se formen su gusto literario»
Premio Nacional de Literatura Infantil y finalista del Andersen, Landa se ha convertido en referente para los jóvenes lectores
08.09.08
IÑAKI ESTEBAN

Mariasun Landa se atrevió hace 25 años a escribir para los niños sin complejos, sin finales felices y con temas tan poco dulces como el autismo. Publicó 'Txan fantasma' en euskera, a los cuatro meses se tradujo al castellano y de ahí a otros idiomas, hasta llegar a los casi treinta en que esta autora ha visto sus libros. Para Mariasun Landa, ganadora del Nacional de Literatura en 2003, un niño es ante todo un lector, una persona que espera una historia que le revele algo de sí mismo y del mundo, y esto no siempre se consigue con «florecillas y pajarillos».

La autora, finalista en 2007 del premio Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil y juvenil, protagonizó el 'Martes literario' de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, un prestigioso foro por el cada año pasan los mejores escritores, generalmente en castellano. Con Landa, como antes con Bernardo Atxaga, se ha hecho una excepción.

-¿Qué le llevó a tratar esos temas en libros infantiles?

-Los niños no pueden expresar la angustia porque es un sentimiento muy complejo, pero quizá lo viven o lo han sentido cerca y saben que existe. Yo partí de ahí. Pero había algo más. Quería escribir literatura infantil y opté por alejarme de los estereotipos. Tenía que estar convencida de que aquello era tan interesante, tan serio y tan divertido como cualquier otro tipo de obras.

-Y a los niños, ¿les gustó?

-Eso siempre es una incógnita. Pero ellos también tienen sus preferencias, o las van definiendo a medida que van leyendo. A los niños hay que darles a leer de todo para que cada uno vaya definiendo su gusto literario. Es igual que con la comida. Los padres tienen muy claro que hay que darles verduras, legumbres, fruta; en definitiva, que sus hijos tienen que aprender a comer de todo. A partir de ahí, cada uno va componiendo su gusto gastronómico.

-Y usted, ¿qué plato propone?

-Recuerdo una cosa que me dijo un niño: «Me gusta lo que escribes, me divierto mucho, pero sobre todo me da que pensar». 'El principito', por ejemplo, es un libro enigmático, melancólico, muy de mayores. Pero es diferente. Los niños lo leen y saben que hay algo distinto a los estereotipos que continuamente les estamos mandando.

-¿Cuál era su gusto de niña?

-Yo de pequeña tenía un cierto rechazo a lo que quizá percibía como un exceso de fantasía. Me gustaba la aventura, la intriga, novelas como 'La isla del tesoro'.

-¿Se ha sentido limitada como autora por tener que dirigirse al público infantil?

-Nunca debes perder de vista al tipo de lectores a los que te diriges. Pero aquí no se acaba todo. La literatura infantil también le sirve al autor para iluminar sus rincones oscuros, para husmear en su interior, que desconoce o malconoce. A esas pulgas, elefantes con corazón de pájaro y cocodrilos que viven en mis libros yo les he sacado un gran rendimiento.

-¿Por qué dejan de leer en la adolescencia?

-Yo creo que les exigimos demasiadas contrapartidas: hazme una ficha con el argumento, subráyame los gerundios... Siempre queremos sacar un rendimiento de la lectura y los niños sólo se enganchan a la lectura si la asocian con el placer. Lo interesante de la literatura es la experiencia. Cuando un lector da con una obra que le habla, que le modifica, que le cambia, ese libro entra a formar parte de su biografía. Pero claro, no a todos nos pasa eso con la misma obra. Hay que esperar, hay que dar con ella. En este mundo de nuevas tecnologías, si la literatura tiene algún sentido estaría en que proporciona diálogo íntimo que no te ofrecen otros medios. Es muy importante facilitar ese diálogo, ese encuentro, más allá de obligaciones escolares concretas.

-¿No cree que hay demasiadas ideas nobles en los libros infantiles? La solidaridad, la paz, la armonía social...

-En los ochenta se consiguió que la literatura infantil y juvenil abordara los problemas sociales. Fueron unos años muy buenos, con unos logros creativos muy interesantes. Hace muchos años que el didactismo y la moralina están mal vistos, aunque quizá no hayan desaparecido del todo porque está eso que se ha llamado, y bien llamado, corrección política. Hay libros que tratan por ejemplo del multiculturalismo o de temas parecidos, y eso es lo que al adulto le parece que los niños deberían saber. Entonces se toma la literatura al servicio de otras causas. Yo no digo que eso no sea literatura; sí lo es, pero también hay algo más.

-¿Y en qué consiste ese algo más?

-El hecho literario es muy simple: un autor que mira al mundo y cuenta una historia lo mejor que puede, y que va al encuentro de un lector que puede hallar esa historia o no. Lo que yo le pido a la literatura general o para adultos es lo mismo que yo les intento dar a los jóvenes.

Lo compartimos desde:
http://www.hoy.es/20080908/sociedad/ninos-darles-leer-todo-20080908.html

El "torpe" Pennac




OCTAVI MARTÍ 06/09/2008

La cita es en pleno Vercors, en las afueras del pueblecito, en su casa de veraneo. Y casa de escritura. Daniel Pennac (Casablanca, 1944) se refugia ahí para descansar o para poner en solfa un nuevo libro. Y para pasear en bicicleta o a pie por ese valle y esas montañas que, a finales de septiembre, ya pueden recibir las primeras nieves. Hoy, a almorzar, nos espera acompañado de otro escritor, Tonino Benacquista, novelista y guionista de quien Pennac dice: "Así como la mayor parte de la gente escribe por haber escrito, Tonino escribe por escribir". O lo que es lo mismo, quiere hacer películas, no ser director de cine.

Pennac es otra cosa. A él la literatura le salvó la vida. A Tonino puede que se la haya cambiado, pero no fue el salvavidas al que agarrarse cuando todo parecía perdido. Bueno, los salvavidas fueron la literatura y el amor. La primera en forma de profesor con una intuición genial, el amor en forma de chica que cree en él, en el último de la clase, en el más torpe del pelotón de los torpes, el cancre, como dicen los franceses. Ahora Mondadori publica en España Mal de escuela (Chagrin d'école), el relato y las reflexiones que le inspiran ese rescate, un libro en cuya contraportada incluye un boletín escolar de Pennac por el que aprendemos que el profesor de francés le consideraba "un alumno alegre pero un triste alumno", el de matemáticas lamentaba que careciera de bases, mientras que para el de inglés "habla mucho pero ni una palabra en inglés". El de dibujo dice algo parecido: "Dibuja por todas partes excepto en clase".

Mal de escuela podría ser un libro sobre la enseñanza, los problemas de la enseñanza, un ensayo, pero no es eso porque "estadísticamente todo se explica, personalmente todo se complica". Y Pennac habla de él, del cancre Pennac y de los cancres que ha conocido cuando, luego, él pasó a ser profesor. "Que la palabra cancre no exista en castellano me recuerda ese viejo proyecto de hacer un diccionario universal de palabras que no existen en otros idiomas, un diccionario de palabras que no existen pero son imprescindibles. La realidad existe en todas las latitudes pero no siempre tiene la palabra adecuada. La saudade de brasileños y portugueses también nos alcanza a los franceses pero carecemos del término exacto. Ustedes, en España, pueden adjetivar la vergüenza y calificarla de ajena cuando provoca un efecto de empatía, pero eso en Francia no lo hacemos".

Hoy se ríe de su pasado de alumno catastrófico pero sólo es divertido porque puede contarlo. "Sabe, un cancre no es un gandul, aunque puede serlo a consecuencia de su nulidad, de su incapacidad para comprender. Es alguien que no puede jactarse de lo que es -un gamberro sí puede creerse autorizado a hacerlo- porque sufre o ha sufrido de ello. Como un asmático que nunca se vanagloriará de sus problemas respiratorios, el cancre tampoco lo hará de sus problemas de respiración intelectual". La situación se prolongó durante los primeros quince o dieciséis años de su vida. ¿Por qué? Un misterio. El padre, profesor de élite; la madre, en casa ocupándose de los hijos; los hermanos, alumnos brillantes. Menos Pennac. Daniel Pennacchioni para el registro civil o cuando pasaban lista en clase. "Esos años fueron terribles. Todo nace de una primera incomprensión, de un problema de inhibición, provocado por la timidez, el azar o cualquier otra causa. Y se acumula y se interioriza. Te dices a ti mismo que eres idiota, un cretino, que no hay nada que hacer contigo. Si te consideras idiota entonces quedas liberado de cualquier esfuerzo. Lo tuyo es irreparable. Luego, a partir de 1969, cuando empecé a trabajar como profesor de alumnos de bachillerato, nunca me topé con ningún muchacho idiota. Los padres pueden, podemos ser idiotas, la televisión, los libros, los grupos, pero los chavales no lo son. Los hay más vivos, más atrevidos, más rápidos, pero ningún cancre es idiota".

Francia o, mejor dicho, la República Francesa ha confiado en la escuela durante cien años. El hecho de ser pública, gratuita y obligatoria, de ofrecer un nivel de calidad y exigencia uniforme para toda la población le confería legitimidad y la convertía al mismo tiempo en elemento básico del llamado ascensor social. Era el símbolo de la igualdad de oportunidades en marcha. Pennac cree haber visto morir esa escuela. "Alrededor de 1975. Mayo del 68 era un movimiento anticonsumista, pero cuando sus efectos fueron desvaneciéndose y la sociedad francesa adoptó formas más liberales, entonces irrumpió el consumo de masas también en la escuela. Los niños y los padres pasaron a ser clientes y consumidores. Y la escuela no tiene nada que vender. Imparte saber, transmite conocimiento, algo que es necesario pero que raramente se desea. Hoy muchos chavales parecen un escaparate al servicio de diversas marcas. Los que tienen libertad de espíritu respecto a esa clientelización de la enseñanza son los que saben resistir mejor los espejismos del consumo".

El primer profesor que supo qué hacer con el cancre Pennacchioni era el responsable de lengua francesa. Vio que ese alumno desastroso, incapaz de comprender las normas más elementales de la gramática y la ortografía, era un lector compulsivo. "Me liberó de preguntas y exámenes pero me exigió que escribiera una novela. Era una responsabilidad nueva y extraordinaria. De pronto tenía un estatuto propio dentro del universo escolar. Eso fue importantísimo". Pero aún debió serlo más el amor. "La gente dice que el amor te vuelve idiota. ¡No se habrán enamorado nunca! El amor te hace más inteligente: el pulso se acelera, la adrenalina sube y tú, para seducir a la chica que te gusta, de la que estás locamente enamorado, inventas lo que haga falta. La chica y yo coincidimos en un curso de teatro, ensayando La doble inconstancia, de Marivaux. Yo era muy mal actor pero me entusiasmaba el teatro. Ella, que iba dos cursos más adelantada que yo, contumaz repetidor, que tenía unas notas extraordinarias, que era bella e inteligente, me eligió a mí, al cancre. ¡Alguien me llamaba por mi nombre y no era para ridiculizarme delante de los demás, para poner en evidencia mi idiotez! Eso también fue enorme para sacarme de la condición de cretino asumido".

La escritura comenzó a interesarle a los 13 o 14 años. Cambiaba redacciones por deberes de matemáticas. Y a los 18 años escribió su primera novela de verdad y la envió a las distintas editoriales, que se la devolvieron sin comentarios. Sólo un editor, Claude Durand, se comportó de otra manera. "Me devolvió el manuscrito acompañado de una carta. Me decía que no me publicaría porque el libro era muy malo. Y me detallaba el porqué lo creía así: los personajes son arquetipos, el estilo manido, la estructura mal concebida. Y me ponía ejemplos de cada una de sus aseveraciones. La carta acababa diciendo que, de todas maneras, creía que yo sería escritor y que si me decidía a escribir otras cosas no dudase en enviárselas. Tardé cinco años en terminar otro libro, esta vez contra el servicio militar".

La literatura de ficción ha tenido para Pennac otra función que la de rescatarle del pozo del fracaso escolar. Recuerda que nunca fue capaz de llevar un diario personal "porque hubiera sido un ejercicio masoquista", pero también que nunca tuvo problemas para inventar, para imaginar. "Y la imaginación me ha servido de lugar de memoria. Es una memoria al revés. En mis historias puedo encontrar lo que me pasaba aquel año". Eso tiene que ver con sus escasas dotes para memorizar. "No pretendo compararme con él, pero me sucede lo que a Michel de Montaigne: no tengo memoria funcional. Él, que era un hombre bien educado y cortés, era incapaz de recordar los nombres de sus sirvientes. Para lograrlo recurría a trucos nemotécnicos, como asociar el apellido con la función que desempeñaban o con el nombre del pueblo donde habían nacido. Montaigne anotaba sus libros y luego no era capaz de recordar lo que significaba aquella anotación, por qué la había hecho. Hubo un momento en que intenté llevar un diario personal pero limitándome a lo factual. Cuando lo releía no recordaba ninguno de los hechos que había anotado. Es la ficción la que me permite recordar. Es un psicoanálisis salvaje".

En Mal de escuela nos explica cómo se reconcilió con la memoria, con el hecho de almacenar conocimientos en el cerebro y también cómo logró hacer partícipes de esa misma reconciliación a sus alumnos. "La memoria no es una cuestión de acumulación sino de comprensión. Cuando estudiaba había que aprenderse un poema de memoria cada semana. Y éramos examinados sobre ese poema. Luego venía otro que permitía olvidar el anterior. ¡En realidad, te pedían que lo olvidases! Al final, cuando llegaba el momento de las pruebas de acceso a la universidad, le sugerían al alumno que utilizase elementos de su cultura personal para construir un discurso. ¿De qué cultura personal podía tratarse en esa lógica cuantitativa y cronológica, en la que a cada semana le correspondía su poema y el olvido del anterior? Con los alumnos decidimos aprender a memorizar una serie de textos: de ensayo, poemas, chistes, pasajes de novelas. Podía valer un aforismo de Woody Allen o una reflexión de Montesquieu. Lo importante era haber comprendido el texto, haber logrado amarlo. En vez de someterlo a esos análisis de forense que acaban con cualquier deseo -¿quién quiere hacer el amor con un cadáver?-, se trataba de hacer propio el texto, de darse cuenta de hasta qué punto aquello nos concernía. Hablar de bovarismo como concepto puede parecer abstruso, pero no lo es cuando recuerdas el pasaje de Emma Bovary mirando por la ventana. A final de curso nos acordábamos de todos, de los aprendidos las primeras semanas y de los que habían llegado más tarde. No hay nada más emocionante que ver cómo un chaval descubre que la memoria no es cuestión de acumulación".

La lógica de Pennac tiene mucho que ver con la sensatez. Él está convencido de que las dificultades gramaticales se resuelven gracias a la gramática, que las faltas de ortografía desaparecen haciendo ejercicios de ortografía, que el pavor ante los libros se arregla leyendo y que la incapacidad para comprender exige una inmersión en el texto. Él, el niño para el que las matemáticas eran un idioma incomprensible, dice haberse encontrado un alma gemela en la persona de Stella Baruk, autora de un fenomenal diccionario de matemáticas (Dictionnaire des mathématiques élémentaires, Seuil). "En dos o tres días logra que críos que estaban reñidos con las matemáticas comprendan su lenguaje. A partir de ahí, de la comprensión de lo que les hablan, todo cambia. Es una mujer prodigiosa".

No le gusta hablar de la crisis de la enseñanza. No se trata de negar los problemas pero sí de evitar las generalizaciones. "Todo puede resumirse en esa frase mil veces repetida que afirma que el alumno carece de bases sólidas. ¡Es lo mismo que decir que la culpa no es mía! El profesor de primaria se queja de la guardería y de que los padres no educan a los hijos, pero el de secundaria cree que el de primaria no ha hecho bien su trabajo. Cuando aprueban por fin el bachillerato siguen sin tener buenos cimientos y los catedráticos de universidad se quejan de cómo les llegan los alumnos a las aulas. Los padres creen que la culpa es de los profesores, éstos arremeten contra el ministerio, que se queja del Mayo del 68 o de lo que haga falta. ¡La culpa siempre es de los otros! Es un proceso de chivoexpiación global que impide hablar de nada y sobre todo intentar arreglar algo". Mientras habla, despacio, buscando cada vez la palabra adecuada, sin levantar la voz pero riéndose a menudo, Pennac no puede dejar de referirse al proceso de un profesor castigado con 500 euros de multa por haber abofeteado a un alumno que le insultó gravemente: "¿Usted cree que en un país de 62 millones de habitantes el tema de la bofetada merece la portada de un periódico? La dramatización sistemática de los conflictos también contamina la escuela".

Lamenta que gente como el filósofo Alain Finkielkraut, cuando hablan de la escuela, pierdan la razón. "Estoy de acuerdo en casi todo lo que dice. Sus programas de radio son, muy a menudo, espléndidos, pero Finkielkraut tiene miedo, teme que la lengua francesa que él maneja con tanta precisión sea destruida por esos hijos de emigrantes que se expresan de manera aproximativa, en un argot lleno de interjecciones y guturalidades. Recuerdo a los pequeños calabreses con los que jugaba de niño. ¡Cuando era la hora de reclamar la merienda, de pronto, abandonaban su idiolecto! El argot de las barriadas es el lenguaje que hablan los pobres para hacerles creer a los ricos que les esconden algo. ¡Pero no tienen nada que esconder, como no sean pequeños negocios miserables y una enorme desesperación!". Ese miedo lo alimenta el poder, la prensa, la sociedad toda. Es importante tener culpables y en la escuela todos los escalafones encuentran su culpable: el otro.

"En cualquier caso, cuando se habla de violencia en la escuela no hay que olvidar que la escuela es, per se, el lugar de todas las violencias. Es el lugar donde se entrechocan el conocimiento y la ignorancia. Enseñar es violento, es violentar al otro. ¡Todo acto iniciático es violento!", concluye sin dejar de creer en que la violencia que el saber le aplica a la ignorancia está justificada y que el aprendizaje es una forma de canalización de la violencia. Los cancres, escudados en su caparazón de nulidades, puede que sufran esa violencia más que cualquier otro tipo de alumno. "El cancre, como todos los demás, cuando tiene que responder a una pregunta, puede elegir entre una respuesta correcta, otra equivocada o la absurda. Acostumbra a elegir la absurda. Cuando sucede esto el profesor no puede calificarle, decirle que su respuesta es errónea porque no lo es: es absurda, que es otra cosa. El cancre responde lo primero que le pasa por la cabeza porque aún no ha salido de la lógica infantil que hace que el niño crea que cuando el profesor pregunta es porque necesita una respuesta. El cancre responde para que le dejen tranquilo, para que quede claro que él, el cretino, el idiota, cumple con las reglas del juego y contesta aunque sea un absurdo".

No se considera pesimista porque cree "en la posibilidad de la transmisión". Dejó la enseñanza cuando la literatura le permitió ganarse la vida. "Soy un escritor que ha llegado un poco tarde a la notoriedad. Todo lo hago despacio. El éxito me llegó a los cuarenta años". De su serie con el señor Malaussène como protagonista, con el barrio de Belville como el otro gran protagonista, se han vendido centenares de miles de ejemplares. De Mal de escuela, más de 700.000. Su madre centenaria aún no acaba de creerse que aquel retoño tan poco dotado para los estudios haya sido un buen profesor y hoy un escritor de éxito, y piensa que todo es fruto de un equívoco que no puede durar. Él evoca en su libro ese escepticismo materno o el orgullo con que el padre ponía en las cartas que le escribía, junto al nombre y apellido, el título de "profesor". Y recuerda al mismo tiempo su incomprensión ante alumnos irreductibles. "Un chaval terrible. Cuando le vi pensé que acabaría en las páginas de sucesos. Había en él una violencia fría, tremenda, que no necesitaba ni tan sólo un enfado para manifestarse. Un día detuve a tiempo su puño cuando estaba a punto de estamparlo en la cara de una chica. La directora del centro me llamó para advertirme de que el chico, en su casa, pegaba a su padre. Y mientras lo hacía, la madre rezaba. Había sido adoptado y el padre, para hacerse obedecer, le pegaba. Cuando él cumplió los 14 la situación se invirtió. Se fue de la escuela. Dos o tres años después me paró en la calle. Repartía pizzas. Fuimos a tomar un refresco. Parecía equilibrado".

Entre las satisfacciones inesperadas del autor Pennac está la acogida que mereció Como una novela (Anagrama), un ensayo sobre la naturaleza de la lectura, sobre el placer que proporciona y cómo éste no puede ser obligatorio. "Cada curso me encontraba con algún alumno que me preguntaba, el primer día de clase, si iba a ser obligatorio leer. Cuando te preguntan eso te están diciendo otra cosa: no se trata de que no les guste leer, lo que no les gusta es que a continuación les preguntes, que les pongas en evidencia en clase, aparecer ante los ojos de los demás y los propios como un imbécil. ¡Todo eso no tiene nada que ver con la lectura! ¡Las preguntas no son la lectura! Desde hace décadas esa situación viene repitiéndose y el Ministerio de Educación Nacional persiste en una técnica que se ha revelado nefasta, al menos para un porcentaje importante de alumnos. Yo les leía en clase fragmentos, les acostumbraba a descubrir la magia del sentido. Al final me pedían los libros para poder acabarlos, para saber cómo terminaba lo que yo les había comenzado". Pero si la idea general es buena para todos, la receta necesita de fórmulas de aplicaciones personalizadas. Los chavales no llegan a la escuela en igualdad de condiciones. Por eso Pennac recuerda su caso y el de otros muchos que le hicieron ser feliz como profesor. Que aún hoy hacen que vaya a menudo a los institutos y colegios para hablar con los alumnos. "Lo mejor es que muchos de ellos, que hablan un francés lleno de tacos, me reprochan que en mis novelas también los haya. ¡Para ellos la literatura, la letra impresa, es sagrada y no merece ser contaminada por vulgaridades!".

Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/semana/torpe/Pennac/elpepuculbab/20080906elpbabese_3/Tes

8.9.08

Pronto estaremos brincando














Ilustración: Antonio Villarroel Bastardo



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