Uno de los primeros títulos en formar parte de nuestra selección del programa #Postalesparalapaz, cuya lectura disfrutamos en solitario y más aún en compañía, cuando podemos conversar sabroso con los niños, hablando de la historia y de sus propias historias.
La calle es libre, habla de una realidad que nos pertenece, cercanos o ajenos a ella, es imposible negarla. Allí está, presente en el día a día de muchas ciudades latinoamericanas. La ciudad crece, el barrio se acerca a las urbanizaciones y las urbanizaciones al barrio. Pero no se integran. En el barrio no existen los mismos espacios públicos que en las urbanizaciones. Los niños se quedan sin lugar donde jugar entre las veredas que serpentean el ascenso. Sólo quedan las calles, ocupadas por carros y camiones. Por conductores que gritan y tocan las cornetas para que se aparten de su camino.
"- ¡La calle es libre!- contestaron los niños."
Los niños gritan al aire, exigiendo un derecho que presienten pero no disfrutan. En una escena, ilustrada con mucha fuerza narrativa, con la expresividad que nos regala Monika Doppert en cada personaje, reconocemos la impotencia, la frustración, la necesidad no sólo de un lugar donde jugar, sino también de expresarse, de tener voz. Y cuando esa voz es ignorada, el bibliotecario de la historia encuentra la manera de hacerla oír: hacen una pancarta y los niños se van con ella frente al Consejo Municipal para pedir un parque.
Un ejercicio de ciudadanía que refleja los principios democráticos en los que creen los protagonistas de La calle es libre. Allí también nos encontramos. Y vamos ganando oyentes y lectores que empiezan a entender de sus derechos civiles, de sus responsabilidades como ciudadanos y también de límites autoritarios.
La policía llega a detener a los niños, las madres a buscarlos, el vigilante amenaza con apresarlos y ellas saltan a defenderlos. Allí, La calle es libre habla de la fortaleza que se tiene cuando sabemos que actuamos en buena ley y que sí hay quien vele y haga valer nuestros derechos.
“- Ah no, eso sí que no -dijo-. ¡Atrévanse a tocarles un pelo! Si se los llevan a ellos, a mi también.
- ¡Y a mí también! -dijo otra madre.
- ¡Y a mí! -gritaron todas.”
La responsabilidad e influencia de la prensa también lo aborda La calle es libre, por lo que no deja por fuera un factor importante en la vida de la sociedad: los medios de comunicación.
El alboroto de las madres hizo salir a un concejal y una periodista lo acompañaba. Entrevistó a los niños y su demanda fue noticia en el periódico. Así que el concejal se vio comprometido e inauguró el inicio de obras en el terreno baldío, pero todo se quedó allí.
“Una tarde, Carlitos dijo:
-¿Y no podemos hacer el parque nosotros mismos?”
Y a esa idea luminosa le siguió la determinación de los adultos.
“- Bueno pues. ¿Y por qué todo tiene que hacerlo el gobierno? Si el terreno es nuestro, nosotros podemos hacerle ese parque a los muchachos.”
Y así fue. Después de discusiones y acuerdos, todos colaboraron con la construcción del parque.
Entonces, La calle es libre cuenta del impulso sostenido por una idea, de la posibilidad del encuentro con el otro por un fin común, de la capacidad de cambiar nuestro entorno con lo que cada quien puede aportar y del logro compartido. Sin nombrarlas, Kurusa crea una historia donde deja claro sólo con las acciones los conceptos de determinación, solidaridad, perseverancia, generosidad, tolerancia, conciliación; tan necesarios para mirarnos y entender que sí podemos cambiar las condiciones y mejorar la vida de todos. Y eso lo entiende el lector como si fuera su experiencia, porque puede validarlo con situaciones que, en su propio contexto, ha vivido.
“Todos trabajaron en sus horas libres…
En la vieja cerca los niños colocaron una pancarta pintada por ellos mismos:
El parque es libre.
Pasen todos muy felices.”
Felices, sí. Porque leer La calle es libre alimenta la confianza en el quehacer común, desde las voces de unos niños que tuvieron una idea y fueron escuchados.
La calle es libre
Kurusa
Mónica Doppert
Ediciones Ekaré
Caracas, 1981