La ilustración es de Javier Zavala
Hace algunos años hicimos un concurso en Librería Sónica para ver qué pasaría si María y José llegaban a tu casa pidiendo posada para que naciera el niño Jesús. El ganador fue Carlos Fuenmayor, a quien ya conocen por la sección del mes anterior de 1010: lecturas binarias. Y si repetimos con el autor este mes, es porque su relato refresca estas festividades con un agradable sentido del humor, donde lo cotidiano se cuenta y se convierte en mágico.
Si la virgen María y José se presentaran en mi casa pidiendo asilo porque María está a punto de dar a luz, mi mamá se volvería loca. Estamos hacinados: además de mis dos padres somos cuatro varones y tres hembras, sin contar un perro, un gato y un loro viviendo en una sola casa (sobre todo ésta que es un chiquero).Según mi madre este no es el lugar para atender a una mujer apunto de dar a luz y ninguno de nosotros es médico o partera. Los acogería, claro, pero estaría vuelta loca entre atenderlos, ordenar la casa un poco y que la nevera está vacía; que no hay nada, pero nada que ofrecerles.Mi padre seguramente se pondría a hablar con José sobre su infancia para -en algún momento- comenzar a hablar después de lo insegura que es Caracas hoy y también sobre política, seguramente con el sonido de la televisión o la radio de fondo. Nosotros también estaríamos angustiados, no podríamos dormir, pero jamás competiríamos con la angustia de nuestra madre -digo yo-.
Seguro que para complicar el asunto el fregadero o la nevera comienzan a botar agua, siempre es así, estas cosas pasan cuando uno menos lo desea, pareciera que la casa tiene vida y no le caemos bien (bueno quizás este día la casa no tendría nada que ver y sería cosa del demonio).
Quizás nuestro gato Rasputin se presentaría con un pajarito o ratoncito muerto para que mi madre se desespere más y más (también se le podría ocurrir al gatito vomitarse la alfombra). Rasputin de seguro no entregaría a su presa con facilidad para ser botada dentro de un cesto de basura.
¿Qué más podría decir? Los que vieron al niño nacer no serían la mula y el buey, sino un perro y un gato. De seguro José y María levantando el rostro al cielo dirían “Dios mío a dónde vinimos a parar”.
Dejo de escribir, parece que mi mamá a esta hora de la noche le acaba de abrir la puerta a dos personas y por una razón que desconozco esta muy nerviosa, muy nerviosa.
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